jueves, 1 de abril de 2010

G.K. Chesterton III

V. La bandera del mundo.

Un optimista es un hombre que cuida los ojos y un pesimista un hombre que cuida los pies. Todos debemos una sana moralidad, a los errores baratos.
El punto no es que este mundo sea demasiado triste para ser amado o demasiado alegre para no serlo; el punto es que cuando se ama algo, su alegría es la razón de amarlo y su tristeza la razón de amarlo más. Los hombres no amaron a Roma porque fuera grande. Fue grande porque la amaron. El hombre más indicado para arruinar el lugar que ama, es precisamente el hombre que lo ama por una razón. Podría concluir en completa irrazón, porque tiene una razón.
No cultivaron la valentía. Lucharon por la reliquia y descubrieron que se habían hecho valientes.
El hombre que mata un hombre, mata un hombre. El hombre que se mata, mata a todos los hombres.
La imaginación de que el cosmos no era vasto y vacío sino pequeño y confortable, ahora tenía un significado; porque cualquier obra de arte puede ser pequeña para la mirada del artista.
Pero ahora fui realmente feliz, porque había aprendido que el hombre es una monstruosidad.

VI. Las paradojas del cristianismo.

La vida no es ilógica; pero es una trampa para los lógicos. No simplemente que deduzca verdades lógicas, sino que cuando repentinamente se vuelve ilógico, es que ha encontrado una, diremos, ilógica verdad. He comenzado a sentir la filosofía cristiana tal como si fuera uno de esos milagros. El racionalismo me hizo pensar si la razón servía para algo. Deduje simplemente que el Cristianismo debía ser más magnífico y más perverso de lo que creían. Lo leí y lo creí, y de no haber leído algo diferente, seguiría creyéndolo.
La única objeción que se puede poner a la religión cristiana, es decir simplemente que es una religión.
Una institución histórica que nunca acierta es en realidad tan milagrosa como una que no puede equivocarse. Siempre la creencia mitiga el silencioso choque de dos emociones impetuosas. Porque Alicia tiene que volverse pequeña para entrar al País de las Maravillas. En esa mezcla se pierde la poesía de ser orgulloso y la poesía de ser humilde.
Es lo que yo llamo presentir las excentricidades ocultas de la vida. Es fácil ser un loco; es fácil ser un hereje. Siempre es fácil dejar que el mundo se salga con la suya; lo difícil es salirse con la de uno mismo.
Este es el asombroso romanticismo de la Ortodoxia. Y veo a la verdad tremenda vacilante, pero erguida.

1 comentario:

  1. No sólo cubriste el requisito de leerlo, sino que lo comprendiste y lo compartiste...
    Mil gracias,
    BSB

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