lunes, 23 de marzo de 2009

Una pequeña diferencia

Me paré frente a la mesa, decidida y tratando de hacer una buena puntuación, un buen tono de voz. Leí mi discurso con atención, bien parada, decidida y firme.
Detrás de esa máscara de seguridad y seriedad poco común en mi, había una niña poco segura de que le fueran a escuchar, que tenía cierto miedo de alzar su voz por ser poco común, por no ser totalmente aceptada por la mediocridad de la sociedad.
Me temblaron las manos de tal manera que tuve que tomar el micrófono y mi hoja de discurso con las dos manos. Alcé la mirada, todos los ojos estaban puestos en mí.
Tomé aire y continué leyendo, recitando aquello que había escrito una noche antes, llevada por la adrenalina de lograr un cambio.
Terminé. Aplaudieron. Aplaudieron fuerte, sonreí y agradecí con una sonrisa. No estaba segura siquiera de que lo recitado fuera realmente importante. Por lo menos aquella máscara de seguridad me ayudó a tener una buena presencia en el estrado.
Leyeron muchas ponencias más y cada vez me sentía más feliz, no era la única, por supuesto que no era la única, descubrí que quedan muchas personas todavía con moral y con escrúpulos.
Me escucharon, me aceptaron, alcé mi voz junto con todas esas personas, y logramos un cambio, de aquellos cambios que el país necesita para mejorar, nuestro México puede mejorar y hay tantas cosas que hacer.
Hoy sí tengo el derecho a opinar y quejarme por lo que está mal, pues hice lo que la mayoría de las personas no hacen, y es realmente poner soluciones a los problemas, participar y hacer que los demás te escuchen, por tan solo dos minutos, puedes hacer una pequeña diferencia, que traen grandes consecuencias.