domingo, 25 de julio de 2010

Love like a sunset

Es un paisaje muy distinto. Ruido, tráfico, merengue, sol, mucho calor, viento, nubes, una tormenta, silencio. Volvía a salir el sol. Olor a tabaco y ron.

Se despertaba aquella ciudad simpática en sus menesteres de a diario, se sintonizaban las radios al ritmo de tambora y maracas, junto con ellas la fiebre beisbolera.

Entre edificios, claxons , gritos, risas y tormentas, se vislumbra el mar inmenso del caribe. Resplandeciente y hermoso. Ahí en donde toca el mar es la espalda de ésta curiosa población. Ahí donde toca el mar se encuentra el malecón, solitario, pues ésta ciudad decidió darle la espalda, como lo hace a su doloroso pasado de cuando Trujillo dictaba con mano implacable e inexpugnable.

No muy lejos del centro, en la carretera rumbo al aeropuerto, el mar se engalana de color azul turquesa, de un fondo cada vez mas claro. Crece en apariencia cada vez más serena, intacta, olvidada. Ahí donde toca el mar se vuelve un lugar mágico. Ahí donde toca el mar fui a encontrar un pequeño cementerio.

En las lápidas no se leía ningún nombre. No se escuchaba más que las olas chocar en las rocas y el viento feroz arrasando con mi pelo y mis pensamientos. Por un tiempo de cuarenta y cinco minutos estuve sentada haciendo compañía a aquellos espíritus olvidados ya. No sentí miedo. Sin embargo no sentí paz. No se con certeza qué fue eso que sentí. Algo así como incertidumbre. Envidia.

Todas las lápidas se encontraban de frente al mar. Imaginé despertar día tras día durante años incontables viendo siempre un amanecer flojo, rojo incandescente y bello. Un mar de un azul caprichoso y presumido. Sin envejecer más.
Me pregunté miles de veces el por qué del anonimato de los cadáveres que yacían debajo de la tierra en donde florecían miles de orquídeas sobre un pasto verde y mal cortado.

Aquellos dueños de un paisaje de cuento sin autor no necesitan un nombre. No necesitan de quien vaya a visitarlos pues miles de gaviotas adornan sus tumbas. No necesitan de quien vaya a dejarles flores pues crecen por cientos en su clima bendito. No necesitan de ceremonias ni lágrimas pues la naturaleza celebra ahí de los más hermosos espectáculos que se puedan ofrecer en la tierra.

Aquellos dueños de un paisaje de cuento sin autor, puedo asegurar, que en vida poseían apenas de una casa con techo.

Imaginé miles de caras, miles de voces. Hasta que pude verlas. Hasta que pude escucharlas.

Esbocé una sonrisa. Aquellas personas no le dieron la espalda al mar.

Y nunca lo harán.