viernes, 31 de julio de 2009

Entre polvo y cemento

Me impresioné muchísimo aquel fin de semana. Mi papá nos llevó al mercado de flores de Xochimilco a ver que plantas íbamos a poner en la jardinera porque ya estamos hartos de ver el mismo estilo de siempre en el jardín (admito que me duele muchísimo quitar la bugambilia que lleva ahí desde que compraron la casa, mucho antes que yo naciera). En fin, sólo íbamos a curiosear.
He ido a ese mercado desde hace mucho, desde que tengo memoria, a mi papá siempre le han gustado las plantas… y no se porqué nunca había notado tantísimo arte escondido en esos puestos de alambre casi derrumbados, tal vez ese día me levanté mas impresionable que la mayoría de las mañanas. Dejemos atrás todos los jarrones y macetas (que no es que las desprecie, pero es algo más normal… igual no les quito crédito, son verdaderas artesanías), pasamos en frente de un puesto que estaba adornado de unas figuras de unos flamingos y unos pelícanos bastante curiosos, que digo curiosos, ¡si estaban muy bien hechos! Me acerqué y le di unos golpecitos a un flamingo para ver de qué estaba hecho, me llevé una sorpresa, estaba realmente duro, no como el barro ni nada parecido. Le pregunté a mi papá si sabía de qué estaba hecho, le dio unos golpecitos y echó una carcajada. ¡Órale! Están hechos de cemento. ¿Cemento? Pues sí.
En eso salió un señor ya mayor lleno de arrugas y noté sus manos. Estaban llenas de polvo gris y debajo de ese polvo se encontraban numerosas cicatrices ganadas por una vida de arduo trabajo. ¿Les puedo ofrecer algo? Les doy precio sin compromiso. ¿Cómo hace las figuras? ¿Tiene moldes? Nos sonrió con los dientes que le quedaban. No no, las hago con cemento y varillas de construcción. Con un ademán nos dijo que pasáramos.
De verdad me quedé asombrada.
Estaba llenísimo de tierra, el techo hecho de una lona azul y alambre. Había una mesa de madera, sin duda hecha a mano, donde se encontraba una figura a medio hacer, un dragoncito. En ambos costados del puesto se encontraban repisas cubiertas de herramientas y tierra, había figurillas grandes y chicas. Pajaritos, lagartijas, ranas, cocodrilos y hasta el fondo un dragón gigante echando fuego por las fauces… increíble.
Todo lo hago a mano, sólo hago pequeños modelos con alambre. Me tendió la mano con una figurilla como de 5 x 6 cm del flamingo que se encontraba afuera.
Primero doblo las varillas y hago la forma, después le doy vida con el cemento. ¡Como un edificio! Después las pinto. Nos sonreía fascinado. Acaricié la cabeza de un pajarito amarillo.
Y yo soy la que quiere estudiar arte… quería llorar. Pienso que la vida nunca es justa ¿por qué yo tengo la oportunidad de una beca? Cuando este artista escondido vende sus piezas de arte para alimentar a su mujer. Pues muchas felicidades, lo que usted hace es arte. Yo tenía los ojos llenos de lágrimas de admiración. Le estreché la mano. Sonrió y no pudo contener las lágrimas de agradecimiento. Muchas gracias. No hombre, gracias usted.
Aprendí demasiado ese día.
Por todos los artistas escondidos entre polvo y puestos. Entre humildad y pobreza.
Me volví y salí del puesto sin palabras. De camino y el resto del día me quedé ausente y callada tratando de sacar mi cara “artística”, pero después de esa mañana, me tardé un buen tiempo en tomar valor y salir otra vez.

viernes, 10 de julio de 2009

El abismo de Helm

Se encontraban escondidos en la guarida. El miedo se podía oler en el aire.
Tambores. Tambores. Las mujeres abrazaban a sus pequeños pues los grandes se encontraban fuera, luchando por su vida. ¿Sobrevivirían a tal ataque? No tenían la más mínima idea ¿Volverían a ver a sus esposos? ¿A sus hijos mayores?
Tambores. Tambores. Dentro de la guarida nadie hablaba, las mujeres se limitaban a mirarse unas a otras con lágrimas de preocupación y miedo. Escuchaban los gritos de los hombres, el chocar de las armas, los suspiros de muerte. Podían casi oler el sudor y la sangre de los soldados caídos en la guerra que se debatía unos metros arriba del techo del abismo. Las luces de las antorchas creaban sombras que le daban un toque aún más trágico y siniestro a la escena, como si fueran las mismas sombras de los soldados en guerra.
Un cuerno sonó, refuerzos para los hombres habían llegado, las mujeres abrazaban aún más fuerte a sus hijos, como si sus hijos fueran esa luz de esperanza recobrada y a la que no querían renunciar.
De pronto, se escucharon fuertes golpes en la puerta, el pánico se abalanzó sobre la gente escondida que ahora cerraba los ojos para imaginar que estaban en algún recóndito lugar, donde no los pudieran encontrar. Donde la guerra, el miedo, el odio y la sangre no se juntaran de ninguna manera. Más golpes. ¿Serían los mismos hombres presos por el miedo que querían regresar desesperados a la guarida, o serían los mismos enemigos asesinos de sus maridos e hijos que venían por más sangre?
Nadie era capaz de moverse un centímetro, sus cuerpos se encontraban paralizados, a penas se atrevían a respirar.
Tras un último golpe, la puerta finalmente cedió. La luz blanca incandescente del nuevo día entró segando por completo a los que se encontraban dentro de la guarida. Mujeres jóvenes, mujeres viejas, niños, niñas. ¿Sería la luz del rescate, de la esperanza? …¿o sería la última luz que verían en su vida?