miércoles, 9 de junio de 2010

G.K. Chesterton IV

VII. LA ETERNA REVOLUCIÓN

Porque la simple resignación no encierra la gigantesca levedad del placer ni la magnífica intolerancia del dolor.
Dijimos que debemos querer al mundo hasta para cambiarlo. Ahora agregamos que debemos querer a todo mundo (real o imaginario) a fin de tener un mundo según el cual podamos reformar el nuestro. Evidentemente de nada valdría que tomáramos nuestros ideales de los principios de la naturaleza; por la sencilla razón de que (excepto para alguna teoría humana o divina) la naturaleza no tiene principios. Porque ella desde el principio sostuvo que el peligro no estaba en los ambientes' donde actuaba el hombre sino en el hombre mismo. Una de las mil réplicas a la fugaz perversión de la fuerza moderna es que las más rápidas y audaces empresas son también las más frágiles y llenas de sensibilidad. Lo más veloz es lo más suave. Un pájaro es activo porque es suave. Una piedra es inválida porque una piedra es dura. Por su propia naturaleza la piedra debe ir hacia abajo porque la dureza es debilidad. Por su naturaleza el pájaro puede subir, porque la fragilidad es fuerza. En la fuerza perfecta hay una especie de frivolidad, de ventilación, que por sí misma puede mantenerse en el aire. No estamos alterando lo real para adaptarlo a lo ideal. Estamos alterando el ideal: es más fácil. Nunca pude concebir o tolerar una Utopía que no me dejara la libertad que más aprecio, la libertad de atarme yo mismo. "Tendrás obligaciones reales, por consiguiente reales aventuras, cuando llegues a mi Utopía. Pero la obligación más ardua y la más escarpada aventura es llegarse hasta ella."...no tenemos que coronar al hombre excepcional que sabe que puede regir. Más bien tenemos que coronar al hombre mucho más excepcional que sabe que no puede.

VIII. EL ROMANTICISMO DE LA ORTODOXIA

Es en sus almas, exactamente, donde está la diferencia. Quiero amar a mi vecino no porque él sea yo sino precisamente porque él no es yo. Quiero amar al mundo no como se ama a un espejo porque es uno mismo sino como se ama a una mujer porque es enteramente diferente. El amor es posible si las almas están separadas. Si se ha de salvar de influenza, el hombre puede ser un paciente. Pero si se ha de salvar de falsificar, el hombre no debe ser un paciente, sino un impaciente. También, con noble vulgaridad la vida imita al cuento y se interrumpe en el momento más apasionante. Porque es definitivamente interesante el momento de la muerte.

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