viernes, 10 de julio de 2009

El abismo de Helm

Se encontraban escondidos en la guarida. El miedo se podía oler en el aire.
Tambores. Tambores. Las mujeres abrazaban a sus pequeños pues los grandes se encontraban fuera, luchando por su vida. ¿Sobrevivirían a tal ataque? No tenían la más mínima idea ¿Volverían a ver a sus esposos? ¿A sus hijos mayores?
Tambores. Tambores. Dentro de la guarida nadie hablaba, las mujeres se limitaban a mirarse unas a otras con lágrimas de preocupación y miedo. Escuchaban los gritos de los hombres, el chocar de las armas, los suspiros de muerte. Podían casi oler el sudor y la sangre de los soldados caídos en la guerra que se debatía unos metros arriba del techo del abismo. Las luces de las antorchas creaban sombras que le daban un toque aún más trágico y siniestro a la escena, como si fueran las mismas sombras de los soldados en guerra.
Un cuerno sonó, refuerzos para los hombres habían llegado, las mujeres abrazaban aún más fuerte a sus hijos, como si sus hijos fueran esa luz de esperanza recobrada y a la que no querían renunciar.
De pronto, se escucharon fuertes golpes en la puerta, el pánico se abalanzó sobre la gente escondida que ahora cerraba los ojos para imaginar que estaban en algún recóndito lugar, donde no los pudieran encontrar. Donde la guerra, el miedo, el odio y la sangre no se juntaran de ninguna manera. Más golpes. ¿Serían los mismos hombres presos por el miedo que querían regresar desesperados a la guarida, o serían los mismos enemigos asesinos de sus maridos e hijos que venían por más sangre?
Nadie era capaz de moverse un centímetro, sus cuerpos se encontraban paralizados, a penas se atrevían a respirar.
Tras un último golpe, la puerta finalmente cedió. La luz blanca incandescente del nuevo día entró segando por completo a los que se encontraban dentro de la guarida. Mujeres jóvenes, mujeres viejas, niños, niñas. ¿Sería la luz del rescate, de la esperanza? …¿o sería la última luz que verían en su vida?

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